Para algunos es pasar tiempo en familia. Para otros es comprar y recibir regalos. No faltará quién dirá que es ver Mi pobre angelito por enésima vez. Nuestra cultura ha adoptado el tiempo navideño y lo ha convertido en sinónimo de alegría en familia o entre amigos. No podemos ocultar la realidad de que esta celebración se ha comercializado en extremo.

Pero para el creyente, ¿qué es la Navidad? Sencillamente, la Navidad es Jesús.

Es muy probable que te veas inundado por un sin número de cosas periféricas que te quitarán la mirada de lo que verdaderamente importa. Quisiera animarte a buscar tener una Navidad centrada en Cristo. Déjame darte algunos consejos prácticos que me han ayudado a mí.

Recuerda qué se celebra

La Iglesia históricamente ha tomado estas fechas para celebrar la Encarnación. Si los ángeles irrumpieron en júbilo por el nacimiento del Hijo (Lc. 2:14), ¿cuánto más nosotros, que hemos sido redimidos por la sangre de Aquel que se hizo humano? Celebramos algo que es digno de celebrarse. Como escribió una vez el pastor y teólogo R. C. Sproul: “No puedo pensar en algo más digno de celebrarse que la encarnación de Jesucristo”.

Juan, el evangelista, nos dice que “el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Jn. 1:14). La palabra habitó literalmente significa: hizo tabernáculo. Jesucristo habitó en medio de nosotros. Puso su tienda entre los hombres. La Navidad nos recuerda que el Salvador se encarnó. Verdaderamente Dios, verdaderamente hombre.

¿Lo has pensado? Jesús creció, sudó, tuvo hambre y sed, se cansó, lloró… Él fue como tú y como yo, pero sin pecado. La Navidad celebra que tenemos a un Dios cercano, a un Emanuel, Dios con nosotros.

Nuestro Salvador no es un Dios distante. No es un Dios que mira nuestra miseria desde lo lejos. Más bien, es uno que se ha acercado a nosotros. Jesucristo supo perfectamente lo que era padecer y sufrir. Él es un Dios que se identifica con nosotros.

Recuerda por qué se celebra

No celebramos la Navidad por la fecha específica. Aunque nadie sabe con seguridad cuándo nació Jesucristo, es interesante que algunos de los primeros teólogos identificaban diciembre como la fecha probable (como Ireneo, Tertuliano, y Agustín). Ya que algunos de estos primeros teólogos eran discípulos de los discípulos de los apóstoles, el dato es interesante.

De todas maneras, quizá no sea el mejor uso de nuestro tiempo debatir la fecha, sino celebrar el evento. Lo que celebramos es la encarnación. Y celebramos las razones de la encarnación. Celebramos que Jesús se hizo hombre para representarnos. Celebramos que Jesús se hizo hombre para redimirnos. Celebramos que Jesús se hizo hombre para rescatar un pueblo propio. Pablo dice:

“Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero” (1 Tim. 1:15).

Si Jesucristo no hubiera venido, todos nosotros estaríamos perdidos. Andaríamos sin esperanza y sin Dios en el mundo (Ef. 2:12). ¡Pero gloria en las alturas por Jesús! No se aferró a ser igual a Dios, sino que se humilló al tomar forma de siervo y morir en la cruz del gólgota (ver Fil. 2:6-11).

Como dijo C. S. Lewis: “El Hijo de Dios se hizo hombre para que los hombres pudieran hacerse hijos de Dios” (Mero Cristianismo, p. 189).

Recuerda quiénes la celebran

La Navidad es una celebración intensamente cristiana. No es una celebración del invierno, tampoco una celebración de la familia, tampoco una excusa para comer pastelillos en exceso. El propósito de la Navidad es recordar a Jesucristo. El propósito es que apartemos un tiempo del año para recordar de manera especial aquella familia que no encontró lugar en el mesón.

Que nos transportemos a los eventos que transcurrieron esos días y cambiaron la historia de la humanidad. Que seamos testigos del cielo que se ilumina por un millar de ángeles. Que corramos con el corazón acelerado junto con los pastores hacia Belén. Que nos inclinemos y ofrezcamos los presentes junto a los magos. Que guardemos silencio en nuestro corazón y retengamos lo sucedido, como María.

Que contemplemos el pesebre, en donde sucede lo imposible: Dios es un niño.

El que sostiene el universo es cargado en los brazos de una mujer. Aquel por cuya palabra el universo fue creado debe aprender a decir abba. El que da su alimento a millares tiene que ser alimentado.

Maravilloso misterio.

Ah, sí, pero no nos quedemos en el pesebre, sino lleguemos a la cruz. Recordemos que sin pesebre no hay cruz. Esa cruz donde Dios el Hijo, con sus manos extendidas, grita: “Consumado es”.

Esta Navidad, maravillémonos del misterio de la encarnación. Pienso que nadie lo ha dicho mejor que Juan Wesley, en el que es mi himno favorito:

Grande misterio: Dios el inmortal

Muriendo en una cruz entregó su ser.

¡Ni mente humana ni angelical

Jamás lo puede comprender!

¡Oh, maravilla de su amor!

¡Por mí murió el Salvador!

Gloria a Dios por su amor incomprensible.


Publicado originalmente en Coalición por el Evangelio. Este artículo ha sido usado con permiso.