He tenido la oportunidad de enseñar diversos temas de interpretación bíblica en estos últimos años. Cuando uno enseña un tema en alguna iglesia o conferencia, te encuentras con diferentes tipos de reacciones de parte de los escuchas. A veces interés, y otras veces, francamente, aburrimiento.
Pero si hay un asunto que con mucha frecuencia interesa a los hermanos es el tema de cómo ver a Jesucristo en toda la Biblia, y en especial en el Antiguo Testamento. Puedo notarlo en la mirada atenta, en la expresión de concentración. Y eso me da mucho gusto. Para mí también es un tema fascinante.
La importancia del tema
Pienso que, en parte, una razón por la cual nos interesa esta cuestión de la interpretación cristocéntrica (o cristotélica, como veremos más adelante) es porque durante la historia de la Iglesia ha reinado una mala interpretación al respecto: la interpretación alegórica. Estas interpretaciones alegóricas son sorpresivamente populares en los púlpitos hispanos. Desde que Orígenes de Alejandría (184-253 d. C.) popularizó el método alegórico, esta manera de interpretación secuestró a la Iglesia por cientos de años. Estoy seguro que has oído algunas de estas enseñanzas, y si eres predicador, no me sorprendería que las hayas predicado, porque yo mismo lo hice.
Por ejemplo, Orígenes enseñaba que Jesús era el cordón escarlata que Rahab colgó sobre el muro de Jericó, pues el listón era rojo como la sangre de Jesucristo. O que el arca de Noé es la cruz de Cristo, porque ambas están hechas de madera. De esta manera, y echando a volar la imaginación, incontables intérpretes han encontrado la sangre de Cristo en cualquier color rojo y la cruz en todo árbol. Otro ejemplo de interpretación alegórica es que el Libro de Cantares se trata esencialmente del amor de Jesús por la Iglesia.
Sin embargo, cada vez más hay creyentes que leen su Biblia con atención, y comienzan a preguntarse si estas formas de ver a Cristo en el antiguo pacto son legítimas.
Otra razón, y quizá esta es más a nivel de la erudición, es porque el liberalismo teológico, que surgió desde el siglo XVII hasta hoy, atacó sin piedad las Escrituras, y en especial el Antiguo Testamento. Estas teologías liberales aseguraban que el antiguo pacto había sido compuesto, descompuesto, revisado, y enmendado por varios escritores y redactores que tenían un concepto tribal y anticuado de Dios. Puesto que la teología liberal, o por lo menos una buena parte de ella, negaba lo sobrenatural, por ende Cristo no se encontraba en ningún lugar del Antiguo Testamento, porque eso implicaría que los escritores bíblicos tenían conocimiento sobrenatural del porvenir, de la venida de un Mesías prometido desde el primer libro de la Biblia.
Algunos aspectos de la teología liberal se han filtrado en muchos seminarios evangélicos, y han terminado en los mismos púlpitos. Con la venida del internet, más personas se han expuesto a este pensamiento, lo cual terminó afectando a muchos cristianos que dudan de si la Biblia es efectivamente la Palabra infalible de Dios, o las palabras falibles de lo que los hombres entienden acerca de Dios.
Una Gran Historia
A pesar de todo esto, la Iglesia cristiana, histórica, y bíblica ha creído por 2000 años que las Escrituras no son un compendio de historias desconectadas, sino que “los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pe. 1:21), y escribieron sin error la Gran Historia que Dios está contando: la historia del Reino de Dios el evangelio de Jesucristo.
Tomando esto como verdad, es decir, que la Biblia es lo que afirma ser —la Palabra de Dios (Jn. 10:35; Ro. 3:2; 1 Tes. 2:13; Heb. 4:12; 1 Pe. 1:23)—, podemos continuar. En este artículo quisiera argumentar bíblicamente que Dios está contando en la Biblia una Gran Historia, y esta historia se centra en la persona y obra de Jesucristo.
Todo el Antiguo Testamento apunta como una flecha hacia Jesús, y el Nuevo Testamento revela al Cristo en los Evangelios, muestra su misión en los Hechos, explica las implicaciones de seguirlo en las Epístolas, y proclama su triunfo en Apocalipsis. ¡Todo se trata de Jesús!
Cómo ver a Jesús en las Escrituras
Hay que llegar, sin embargo, al asunto principal que nos compete. Es imposible ver aquí todas las maneras y formas en que Jesucristo está revelado en las Escrituras. ¡Ese es un tema para un libro entero![1] Sin embargo, veamos algunas maneras sencillas en las cuales podemos pensar sobre cómo interpretar a Cristo en el Antiguo Testamento.
Así que: ¿cómo nos apunta la Biblia a Cristo?
1. De manera directa
Primeramente, las Escrituras nos apuntan a Cristo de manera directa. Me refiero a pasajes que indudablemente nos están apuntando a la persona de Jesucristo. Puesto que partimos desde la base que toda la Biblia es la Palabra de Dios, este tipo de interpretación se debe hacer a la luz de la revelación completa. No podemos ignorar que el Nuevo Testamento nos ayuda (pero no cancela) a interpretar el Antiguo.
Con esto en mente, veamos, por ejemplo, la promesa el evangelio en Génesis 3:15:
“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”.
La simiente de la mujer es una referencia a Jesucristo, quien finalmente heriría a Satanás (la serpiente) con una herida mortal. ¿Cómo sabemos que la simiente se refiere al descendiente de la mujer, a Jesucristo? Primeramente, porque este lenguaje de simiente se repite en el pacto que Dios hace con Abraham, a quien Dios le dice: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Gn. 22:18, énfasis agregado). Y para dejarlo bien en claro, Pablo nos dice que la simiente es Cristo: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo” (Gál. 3:16, énfasis agregado). Así que Dios promete que de Eva vendría un descendiente que triunfaría sobre Satanás, a Abraham le promete un descendiente que bendeciría a todas las naciones, a David le promete un descendiente que reinaría sobre su trono eternamente (Is. 9:7), y ese descendiente es precisamente Jesucristo, quien triunfa sobre Satanás (Ap. 20:2,7-10), bendice a las naciones a través de la salvación por la fe sola (Gál. 3:8-9), y reina eternamente (Heb. 1:8; 2 Pe. 1:11; Ap. 11:15; 22:5).
Otra manera en que vemos a Jesús de manera directa es en los pasajes mesiánicos. Considera, por ejemplo, la siguiente tabla de salmos que hablan de Jesucristo y que son citados en el Nuevo Testamento:[2]
Otro lugar en donde encontramos referencias directas a Jesucristo es en los llamados “cantos del siervo sufriente” en Isaías. Los cinco cantos son Isaías 42, 49, 50, 52, 53. Cada uno de estos pasajes nos hablan de Jesucristo. Si tomamos el más famoso de ellos, Isaías 53, encontramos múltiples aspectos de la persona y obra de Jesús, por citar algunos de ellos:
Que sería despreciado y desechado (v. 3)
Que moriría por nuestros pecados como sacrificio vicario (v. 5-6)
Que moriría… pero la muerte no lo vencería (v. 9-12)
Estos son tan solo algunos ejemplos de muchos en los que encontramos a Jesucristo de manera directa en las Escrituras. Por supuesto, el Nuevo Testamento nos ayuda en la interpretación porque la Biblia es un todo que está contando una Gran Historia.
2. De manera indirecta
Hay personas, eventos, y oficios que apuntan a Jesús, aunque no estén hablando específicamente de Jesús.
Las Escrituras también nos muestran a Jesucristo de manera indirecta. Cuando digo indirecta, me refiero a que hay personas, eventos y oficios que apuntan a Jesús, aunque no estén hablando específicamente de Jesús.
Un ejemplo de esto sería la tipología. El erudito Walter Eichrodt definió la tipología como “personas, instituciones y eventos del Antiguo Testamento que son considerados como modelos o prerepresentaciones divinas de realidades correspondientes en la historia de la salvación en el Nuevo Testamento”.[3] En otras palabras, un tipo es una persona, evento u oficio en el Antiguo Testamento que se convierte en un símbolo que apunta de alguna manera al Evangelio.
Personas
Piensa en Moisés. Moisés es un tipo de Jesucristo. Moisés mismo profetizó que Dios levantaría un profeta como él (Dt. 18:15), y ese profeta es Jesús (Hch. 3:22; 7:37). Mira los paralelos entre la persona y obra de Moisés y la persona y obra de Jesús. Así como Moisés rescató al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto, demostró con señales haber sido enviado por Dios, y llevó al pueblo hacia la tierra prometida, Jesucristo rescata a su pueblo de la esclavitud del pecado (Mt. 1:21; Jn. 8:36), demostró con señales ser el Hijo de Dios (Jn. 10:36-38), y lleva a su pueblo hasta la tierra prometida espiritual, el reposo (Heb. 4:1-11).
Aquí llegamos a un punto importante que mencioné anteriormente: los tipos nos apuntan a Jesucristo pero no son Jesucristo. Jesús es superior a Moisés, porque a diferencia de Moisés, quien murió por su desobediencia, Jesucristo obedeció perfectamente, y murió por nuestra desobediencia, y nos lleva hasta el reposo.
Otro ejemplo es el de Jonás. Jonás es un tipo de Jesucristo, e incluso Jesucristo nos ayuda a ver la manera:
“Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches. Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar”, Mateo 12:40-41.
Entre Jonás y Jesucristo hay varios paralelos. Jonás fue llamado por Dios para predicarle a un pueblo pecador, pero desobedeció a Dios y pasó tres días en el vientre del gran pez. Al salir, proclamó la ley de Dios: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (Jon. 3:4), y el pueblo de Nínive se arrepintió. En Jesucristo vemos algunos paralelos con Jonás, tanto similitudes como contrastes. Jesucristo también fue llamado por Dios para predicarle un pueblo pecador, y pasó tres días en el vientre de la tierra no por su desobediencia, sino por su obediencia. Jesucristo no solo predicó la ley de Dios, sino también la gracia de Dios (Jn. 1:17). Y sin embargo, a diferencia de los ninivitas, “a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn. 1:11). Y sin embargo, aunque una ciudad entera se arrepintió por la predicación de Jonás, por la predicación de Jesucristo se han salvado y se salvarán una multitud incontable, millares de millares, de todo pueblo, nación y lengua (Ap. 7:9-12). ¡Jesús es mayor que Jonás!
Eventos
Un evento que es indiscutiblemente tipológico en el Antiguo Testamento es el éxodo. El éxodo (Éx. 4—12) se convierte en un acontecimiento cataclísmico en la historia del pueblo de Israel. Dios les recuerda constantemente a los israelitas que Él fue quien los sacó de la tierra de Egipto (por ej., 1 S. 12:6; 1 Cr. 17:21; Sal. 81:10; Jer. 2:6) e hizo pacto con ellos (Lv. 26:45; Dt. 29:25;1 R. 8:9; Jer. 31:32; 34:3; Hag. 2:5). Jehová, el Dios del pacto, los había sacado de la esclavitud en Egipto con mano poderosa a través de un libertador, Moisés, con grandes prodigios y señales.
En el Nuevo Testamento vemos que este evento representa realidades espirituales que nos apuntan al Evangelio y a la obra de Jesús. Una pista interesante nos la da Lucas el Evangelista. Cuando Jesucristo está en el monte de la transfiguración, se nos dice lo siguiente:
“Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén”, Lucas 9:30-31, énfasis agregado.
La palabra “partida”, en el griego original, es exodos. Así que en cierto sentido, Jesucristo estaba en una misión que tienes ciertos paralelos con el éxodo del Antiguo Testamento. Jesús, al morir en la cruz, sería el libertador quien llevaría a su pueblo fuera de la esclavitud del pecado (Rom. 6:17) hacia la tierra prometida del reino de Dios (Mr. 1:15).
El autor de Hebreos, particularmente, desarrolla la tipología del éxodo del pueblo de Israel y el éxodo espiritual del pueblo de Dios. Jesús es mayor que Moisés por Su fidelidad y porque es el creador de todo (Heb. 3:1-6). Jesús nos lleva a un reposo superior al reposo de la tierra prometida (Heb. 4:1,3,9-11), a una patria celestial (Heb. 11:14-16). Y por si eso no fuera poco, Él es el mediador de un mejor pacto (Heb.7:22) “establecido sobre mejores promesas” (Heb. 8:6).
Oficios
Hay tres oficios en la Biblia que apuntan a Jesucristo de manera específica: el del sacerdote, rey, y profeta. Las personas que servían en estos oficios eran ungidos con aceite.[4] Y Jesús es el Mesías, el Cristo, el Ungido.
El oficio del sacerdote era muy importante en el antiguo pacto, porque los sacerdotes eran los mediadores entre Dios y su pueblo. Para ser sacerdote, un hombre tenía que ser no solamente levita, sino específicamente descendiente de Aarón (Nm. 16:40; 1 Cr. 6:49). Esto, por supuesto, presenta un problema, puesto que Jesucristo es de la tribu de Judá, no de Leví (ver Heb. 7:14). Sin embargo, por medio del Espíritu, David profetizó que Jesucristo sería sacerdote según una orden superior a la levítica: la de Melquisedec (Sal. 110:4). Melquisedec había sido el sacerdote y rey de Salem (Jerusalén), y Abraham le dio los diezmos de todo (Gn. 14:20). Esto sucedió aproximadamente 500 años antes de que se estableciera el sacerdocio levítico. El autor de Hebreos se toma todo un capítulo, el capítulo 7, para profundizar en la doctrina de que Jesucristo, al ser del orden de Melquisedec, “tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Heb. 7:24-25).
Jesucristo es superior a cualquier sacerdote del Antiguo Testamento puesto que, no solamente es de una orden superior, sino que también puede ser el sumo sacerdote perpetuo y al mismo tiempo la ofrenda perfecta. Ningún sacerdote podía ser al mismo tiempo sacerdote ofrenda (Ef. 5:2). Solo Jesús.
Que el Mesías sería rey se profetiza en el Antiguo Testamento, por mencionar algunos ejemplos, en Isaías 9:6-7, donde se dice que reinaría sobre el trono de David. Daniel 7:14 profetiza que al hijo del hombre le sería “dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”.
El reinado del Mesías se enseña de manera implícita en los Evangelios. Los judíos que se oponían a Jesucristo claramente entendían que llamarse “Mesías” significaba considerarse rey (Mr. 15:32; Jn. 18:37; 19:19; Hch. 17:7El reinado del Mesías se enseña de manera implícita en los Evangelios. Los judíos que se oponían a Jesucristo claramente entendían que llamarse “Mesías” significaba considerarse rey (Mr. 15:32; Jn. 18:37; 19:19; Hch. 17:7). Jesucristo usa lenguaje de reinado al decir que toda potestad le había sido dada en el cielo y en la tierra (Mt. 2818), y Pablo afirma que Cristo es el creador y el que está sobre todo, “sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades” (Col. 1:16).
Así que todos los reyes imperfectos del Antiguo Testamento apuntan a Jesucristo, el Rey perfecto. Mientras que en el antiguo pacto no hubo ni un solo rey que cumpliera los estatutos del Señor a la perfección, Jesucristo es el Rey perfecto que cumplió toda la ley de Dios (Mt. 5:17).
En cuanto a ser profeta, Moisés mismo había predicho que Jesucristo sería el profeta esperado (Dt. 18:15). Esteban, en Hechos 7:37, declara que ese profeta era Jesús. Es importante saber que el oficio del profeta era el de uno que principalmente pregonaba la palabra de Dios. Los profetas eran heraldos, predicadores. Y eso es precisamente lo que Jesucristo hizo mientras estuvo sobre la tierra (ver Mt. 9:35; Mr. 1:14; Lc. 8:1). De hecho, cuando es rechazado por los suyos en Nazaret, Jesús dice: “No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa” (Mr. 6:4). Mientras estuvo en la tierra, Jesucristo llevó a cabo a perfección el oficio del profeta, proclamando la palabra de Dios y haciendo milagros por el poder del Espíritu. Todos los profetas imperfectos del antiguo pacto apuntan al Profeta de profetas.
3. De manera aplicativa
Una última manera que quisiera mencionar sobre cómo ver a Jesús en mi Biblia es en la forma en que aplicamos las Escrituras a nuestra vida y a la vida de la iglesia. Pudiera ser frustrante leer un pasaje en el Antiguo Testamento y desesperadamente buscar a Jesús, y al no encontrarlo de manera directa (o incluso indirecta), terminar haciendo un eiségesis del pasaje, introduciendo a Jesús en donde no está en realidad.
La solución a este dilema sigue siendo interpretar cristotélicamente; es decir, al saber que Cristo es el fin, el propósito, al cual nos lleva todo pasaje las Escrituras.[5] Por ejemplo, hay historias en el antiguo pacto en donde vemos narraciones de pecados horrendos, las cuales se dejan sin una solución aparente. Simplemente suceden, y nos dejan perplejos.
Esa perplejidad tiene un propósito. Siempre que vemos pecado debemos mirar hacia la obra de Jesús sobre la cruz, donde el pecado fue vencido de una vez por todas. Al aplicar ese pasaje a la vida de la iglesia, vayamos a la cruz: Jesucristo vino al mundo para redimirnos del pecado, y para finalmente erradicar todo lo malo y enderezar lo torcido. Él es el juez, el vengador perfecto, el redentor, el médico, el que sana toda herida.
Al aplicar la Biblia de esta manera nos preparamos a nosotros mismos para la vida misma. Muchas veces suceden cosas que son producto del pecado y no podemos explicar completamente. Enfermedades, muerte, dolor. Sin embargo, cuando miramos hacia la cruz de Cristo, nos damos cuenta que allí finalmente fue derrotada toda enfermedad, toda muerte y dolor. Es en Jesucristo donde, finalmente, encontramos todas nuestras victorias.
Conclusión
Necesitamos ponernos los lentes cristocéntricos al leer nuestra Biblia. Ver a Jesucristo en el antiguo pacto no es solo para algunos. Dios quiere que cada uno de nosotros leamos las Escrituras con Cristo en mente. Las Escrituras cobrarán nueva vida delante de nuestros ojos cuando comencemos a leerlas de la manera que Dios quiere que las leamos. Así como Jesucristo lo hizo con aquellos dos discípulos de camino a Emaús, no seamos insensatos y tardos de corazón (Lc. 24:25), sino leamos sabiendo que toda la Biblia apunta a Jesús (Lc. 24:27).
[1] Quisiera recomendar Preaching Christ from the Old Testament por Sidney Griedanus (Eerdmans, 1999). Este es quizá el mejor libro que he leído al respecto, y me ayudo en la composición de este capítulo. Griedanus habla de siete maneras de ver a Jesús en el AT: por la vía de la progresión redentiva-histórica; promesa y cumplimiento; tipología; analogía; temas longitudinales; referencias en el NT; y contraste.
[2] “Psalms about Christ—quoted in the New Testament” [Salmos acerca de Cristo citados en el Nuevo Testamento]. Simply Bible. https://www.simplybible.com/f01p-psalms-about-christ.htm (consultado: diciembre 27, 2019).
[3] Walter Eichrodt, “Is typological exegesis an appropriate method?” [¿Es la exégesis tipológica un método apropiado?].
[4] Por ej.: sacerdote (Éx. 28:41), rey (1 Sam. 15:1; 2 Sam. 2:4; 5:3; 1 Rey. 1:34), profeta (1 Rey. 19:16).
[5] Telos quiere decir, fin, propósito, cumplimiento, destino.
Publicado originalmente en Coalición por el Evangelio. Este artículo ha sido usado con permiso.