¿Por qué el pueblo de Dios está en la condición espiritual en la que se encuentra? ¿Por qué hay tanta ignorancia de la Palabra de Dios en personas que llevan años e incluso décadas en la iglesia? Muchas iglesias han entrado en un declive espiritual que ha convertido al cristianismo en una tradición muerta que no transforma la vida diaria ni aviva el corazón. ¿Por qué?

El profeta Oseas

Algo similar ocurrió en tiempos del profeta Oseas, quien da un diagnóstico certero de la causa de su condición espiritual. Dios juzgaría a Israel por su falta de conocimiento de Dios y de su Palabra: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento” (Os. 4:6a).

¿Cómo llegó Israel a esta condición? ¿Quién tuvo la culpa? Dios mismo da la respuesta: asigna la responsabilidad a los líderes espirituales de la nación. Dios había encargado a los sacerdotes la tarea de enseñar a Israel los estatutos de Jehová, a discernir entre lo santo y lo profano (Lv. 10:10-11), pero los sacerdotes habían fracasado. Desecharon el conocimiento, y por eso Dios los desechó (Os. 4:6) y juzgó a la nación entera (Os. 4:9).

Esta triste condición encuentra eco en nuestros días. Muchos invocan el nombre de Dios pero no viven de acuerdo a su Palabra. Muchos “cristianos” no tienen conocimiento intelectual ni experiencial de Dios. ¿Quién tiene la culpa? Al igual que en los tiempos de Oseas, la culpa recae en gran medida sobre los líderes espirituales, aquellos que debían enseñar la Palabra de Dios. Muchos han profetizado cuando Jehová no les habló o han tergiversado la Palabra que Dios les dio (Ez. 22:26-28).

La Reforma

Ante tal situación, ¿qué solución existe? La única solución es un regreso a la fiel predicación de la Palabra. Hace 500 años, la Iglesia Católica había escondido la Palabra, rehusando enseñársela a la población ordinaria. Existía una gran falta de conocimiento de las Escrituras. El redescubrimiento de la autoridad y proclamación de la Palabra de Dios impulsó la Reforma.

Uno de los gritos de batalla de la Reforma era Sola Scriptura. Los cristianos de aquella época se habían hartado de las reglas y doctrinas impuestas por la Iglesia Católica. Llegó el momento en que dijeron “¡No más! No vamos a escuchar lo que nos dice un hombre. No nos importa la opinión del Papa. Lo único que importa es lo que dice la Biblia. Las Escrituras son nuestra autoridad. ¡Sola Scriptura!”

Hoy día

Tristemente, en nuestros días hemos echado marcha atrás en nuestras iglesias. No hemos jurado lealtad al Papa ni enseñamos las doctrinas de la Iglesia Católica, pero existe esa misma mentalidad en nuestras iglesias. Ahora el que impone doctrina y reglas sin referencia a la Palabra de Dios es el pastor de la iglesia local. Lee un versículo y, sin considerar el contexto o la verdadera enseñanza del pasaje, dicta sentencia sobre su congregación, imponiéndoles opiniones y aplicaciones sin base en las Escrituras. Su congregación, entonces, sale de la iglesia cada domingo sin escuchar lo que Dios dijo. Sin saber la opinión de Dios.

Hermanos pastores, ocupemos nuestro tiempo en el púlpito explicando a la congregación lo que Dios dijo. Dejemos de compartir nuestras ideas y de imponer nuestras opiniones, no sea que Dios nos deseche porque el pueblo tiene falta de conocimiento.El resultado catastrófico es que la congregación nunca aprende la Palabra de Dios ni ve su necesidad de basar sus vidas sobre la Biblia.

Sin darse cuenta, muchos pastores, algunos con buenas intenciones, enseñan que ellos mismos son la autoridad. Lo enseñan con la manera que tratan la Palabra de Dios. A pesar de leer una porción de la Biblia en algún momento del sermón, su enseñanza no es el mensaje del pasaje. Por tanto, el sermón no es genuinamente bíblico. Y al predicar mensajes que no son bíblicos, la congregación muere por la falta de conocimiento de Dios.

Pastores, prediquemos la palabra de Dios. No nos conformemos con predicar acerca de la Palabra de Dios. Prediquemos las mismas palabras de Dios. Esto lo lograremos más adecuadamente utilizando la predicación expositiva. Si la Biblia es la Palabra de Dios, debemos darle el valor, la atención y la lealtad que solo Ella se merece. Por supuesto, debemos hacer aplicaciones relevantes a la vida moderna, pero las aplicaciones deben basarse firmemente en el texto. Hermanos pastores, ocupemos nuestro tiempo en el púlpito explicando a la congregación lo que Dios dijo. Dejemos de compartir nuestras ideas y de imponer nuestras opiniones, no sea que Dios nos deseche porque el pueblo tiene falta de conocimiento.