Todos hemos visto películas donde alguien muere. A veces, son emotivas escenas donde algún personaje es consumido por su enfermedad. En otras, un accidente vehicular se lleva la vida de una persona crucial en la trama. Sin embargo, algunas películas se centran en algo más intencional: un homicidio. Todo se centra en hallar al culpable. Hay familiares tristes y confundidos. Encuentran algunas pocas pistas. Y la película suele acabar al atrapar al malhechor.

El cuadro de tu salvación presenta algo parecido. Alguien ha muerto. Alguien lo mató. Y alguien más fue el culpable. ¿Cómo es esto posible?

Expiación: Cubrir el pecado

Ya hemos visto tres cuadros de la salvación: la justificación, la redención, y la propiciación. Ahora puedes percibir el cuadro de la salvación a mayor detalle. Contemplas el cuadro y te fijas que el marco es brillante, lleno de grandes contrastes. Pero te detienes un momento a ver la sangre en el cuadro y te preguntas: ¿de dónde salió? En el fondo, puedes notar que no es el sacrificio de un becerro. Es la sangre de un hombre. ¡¿Qué?! Observas fijamente y también hay un cuchillo chorreando de esa misma sangre. Un hombre lo está sujetando. Simplemente no puedes creerlo. ¿Quién tendría la osadía de realizar un acto tan atroz?

De repente, alguien a tu lado te comenta: “Mira el nombre del cuadro”. Volteas arriba y notas la inscripción: “El Glorioso Dios Hijo”. ¿Cómo puede ser glorioso algo que parece un asesinato? “¿Quién pudo matarlo?”, te preguntas. La persona a tu lado te responde: “Su Padre”.

Detente un minuto a pensarlo. Te pido que dejes de lado tus prejuicios y consideres las palabras de Jesús en Getsemaní: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22:42). ¿Quién quiso enviar a Jesús a la cruz? El Padre.

El profeta Isaías anuncia la misma verdad:

“Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.” (Is. 53:10)

El Padre quiso matar a Jesús. Su mismo Padre lo quiso quebrantar. Sin embargo, su voluntad no era quebrantarlo en la cruz solo porque sí. En realidad, su voluntad era la expiación. El significado de expiación es “cubrir el pecado”. Con esto no queremos decir “tapar” sino “saldar”. El Padre cubrió el pago. El pago fue completado. Por eso, esto va de la mano con la propiciación. El día de expiación el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo para derramar la sangre en el propiciatorio, apuntando al día cuando la deuda del mundo quedaría saldada (Jn. 1:29).

Así que, sí, alguien ha muerto: Jesús. Alguien lo mató: su Padre. Alguien más fue el culpable: la humanidad (tú y yo). Entonces, mi deuda completa fue cancelada en la cruz, de manera que no hay pecado que me separe de Dios. Por eso Isaías dice que “la voluntad de Jehová será en su mano prosperada”, literalmente la voluntad de Dios triunfa. La muerte representa el triunfo. La gloria de Dios brilla en todo el cuadro. Se visualiza en la muerte de Jesús porque, por medio de su muerte, nuestro pecado ha sido expiado. Ahora somos hijos de Dios y todo el crédito, toda la gloria la recibe Él.

CONCLUSIÓN

El cuadro de la salvación no nos presenta una típica escena romántica. No es un viejito abrazando a una frágil oveja, sino un Padre que mata a su Hijo porque esto es glorioso. Tiene matices sombríos, contrastes y tonos brillantes. Eso representa la cruz.[1] Es una cruz gloriosa y excelsa que amo, no porque sea el instrumento de muerte para mi Salvador, sino porque representa el sacrificio perfecto que mi Sacerdote, Salvador y Señor hizo por mí. Amo esa cruz porque es el medio por el cual Dios cambió su disposición hacia mí. Ya no estoy condenado. Ya no soy un esclavo. Ya no tengo la ira de Dios sobre mí. Ya fueron cubiertos mis pecados. Ahora, soy un hijo de Dios. Así que, dale la gloria a Dios porque, en Jesús, tenemos eterna salvación y ahora la entiendes un poco más.

¡Gracias, Padre, por la expiación!


[1] Entendemos que la cruz va de la mano con la resurrección. El Evangelio comprende la muerte, sepultura y resurrección de Cristo (tal como lo señala 1 Corintios 15:3-4). Sin embargo, hemos basado esta serie de artículos en el bosquejo que hace Pablo en Romanos 3:21-26.