Hay escenas en nuestras vidas que nos marcan. No puedo olvidar una ocasión en la que, camino a la escuela, mi papá estaba bastante furioso. Sé que fue un martes porque el día anterior ensayé con el grupo de alabanza. Todos los lunes por la noche ensayábamos dos horas y media. Yo era el director y otra vez no había pasado tiempo con mi familia.

Mi papá estaba enojado por algo legítimo: pasar tiempo en familia. Yo me defendí: “¡Estoy sirviendo a Dios!”. Mi papá se enfureció tanto que me habló mal. Molesto, me bajé apenas llegamos a la preparatoria. Fui a mi salón tratando de controlarme, porque en mi mente solo rondaba un pensamiento: “¡Mi papá me odia y yo solo intento servir a Dios!”.

Quince minutos después, llegó a mi salón y tocó la puerta. Me pidió perdón y lloramos juntos. Nunca olvidaré la dureza con que me habló, pero tampoco olvidaré que fue por mí y me abrazó.

Propiciación: Satisfacer La ira

Algunas de las escenas más hermosas de nuestra vida no siempre se dan dentro de situaciones agradables. Igual que la humildad y el amor de mi padre me marcó después de un pleito, espero que el siguiente cuadro te marque, porque es el tuyo.

Ante ti está una imagen algo inusual. Para empezar, no puedes evitar ver la sangre que mancha la pintura. Te parece una forma grotesca de presentar la salvación. Tal vez, tú hubieras pintado un lago, unas majestuosas montañas y unas nubes que “mostraran mejor la gloria de Dios”. Las sombras y el contraste que han ofrecido la justificación y la redención te parecen soportables, pero… ¿sangre?

En el Antiguo Testamento, Dios estableció un medio muy particular para acercarse a Él. El pueblo debía levantar una tienda específica —el tabernáculo— para poder acercarse a Dios. ¿Por qué todo esto? Porque el pueblo tenía un problema: el Dios santo no puede convivir con un pueblo pecador. Nadie en el pueblo tenía la santidad necesaria para acercarse a Dios. Entonces, en el tabernáculo se hacía el acto ritual que relacionaba a un pueblo impuro con el Dios santo.

Sin embargo, este rito en realidad no los hacía santos. El punto del tabernáculo era apuntar a la paga del pecado: la sangre. Hebreos lo explica así: “sin derramamiento de sangre no hay remisión [perdón] de pecados” (He. 9:22). El término bíblico para esto es la propiciación. La propiciación era la respuesta necesaria a la inmundicia del pueblo. La propiciación ocurría en el tabernáculo, donde un becerro moría —derramaba su sangre— por toda la nación. Recibe su nombre gracias al lugar donde se depositaba su sangre, que es el propiciatorio.

¿Para qué se derramaba su sangre? Para satisfacer la ira de Dios por el pecado del hombre. Es decir, para que el hombre no recibiera la santa ira de Dios, un representante tenía que morir en su lugar. Tristemente, la nación pecadora no estaba compuesta por becerros. Así que, un animal no era un sustituto adecuado. Debido a eso, este rito debía volverse a realizar cada año (sin tomar en cuenta que habían otros sacrificios diarios, mensuales, anuales y personales).

El representante debía ser un hombre completamente justo. Es decir, sin ninguna inmundicia, no solo moral sino ritual y civil ¡durante toda su vida! Al leer la Biblia encuentras algunos candidatos. Ves a hombres como Noé o David que caminan con Dios y tienen un corazón acorde a sus deseos, pero aun así pecan. Comienzas una búsqueda un poco más exhaustiva. Generaciones y generaciones descalificadas. ¡¿Qué hombre podrá salvarnos?!

Terminas el Antiguo Testamento decepcionado y con angustia. No hay justo ni aun uno. No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se descarriaron (Ro. 3:10-12). Pero abres el Nuevo Testamento y te encuentras una genealogía. Ves muchos nombres que has visto antes (¡algunos bastante escandalosos y con un historial terrible!). ¿Cuál es el punto de esta genealogía? Llevarnos al único hombre que sí es justo: Jesús.

El justo Jesús es el único que puede propiciar nuestros pecados. Él escogió representarnos en la cruz sufriendo la ira de Dios en nuestro lugar. La profecía de Isaías dice esto hablando del sacrificio de Jesús:

“Cuando vea todo lo que se logró mediante su angustia, quedará satisfecho. Y a causa de lo que sufrió mi siervo justo hará posible que muchos sean contados entre los justos, porque él cargará con todos los pecados de ellos” (Is. 53:11 NTV).

El cuadro manchado de sangre no muestra un mero asesinato. Retrata la satisfacción. En Cristo Jesús, el Padre quedó satisfecho. Su ira fue satisfecha. Gracias a la propiciación, yo ya no tengo que temer. Mi sangre no será derramada porque la sangre del Hijo se derramó por mí.

Espero que eso te marque.

¡Gracias, Padre, por la propiciación!