Adán y Eva fueron las únicas personas de la historia que experimentaron en vida terrenal un corazón completamente satisfecho. Gozaron de comunión íntima y sin barreras con su Creador y Diseñador, adorándole sin un corazón dividido, y cumpliendo así la función por la cual fueron creados. Vivieron por un breve tiempo en paz total, sin inquietudes, luchas, o temores. No tenían ninguna necesidad que no fuera suplida en la persona de Dios mismo.
Puesto que somos “hijos de Adán” e “hijas de Eva”, adoradores por naturaleza, cada persona tiene al mismo Creador y Diseñador. Él es la fuente de paz y satisfacción, y tenemos la misma necesidad de comunión con Él. Pero, desde el momento en el que Adán y Eva decidieron que Dios no era suficiente para ellos, las personas hemos buscado objetos alternos de adoración. Buscamos otras fuentes de felicidad. Nuestros corazones reconocen que necesitan algo que este mundo físico no ofrece, pero como el pecado ha distorsionado nuestro diseño original, ha distorsionado también nuestra búsqueda de identidad, placer, y bienestar. Diariamente somos engañados por nuestro propio corazón.
Los objetos alternos de adoración hacia los cuales nuestro corazón engañado nos impulsa son nuestros ídolos. Cada vez que mi corazón me convence de que algo o alguien aparte de Dios me puede satisfacer, estoy adorando a un ídolo. Mi corazón fue creado para adorar y buscar felicidad, y nunca deja de hacerlo, incluso cuando no adoro al Único que me puede satisfacer.
Samuel explicó este concepto a los israelitas en 1 Samuel 12. Habían pedido un rey humano, rechazando al Señor como su verdadero Rey. Creían que su seguridad y bienestar se podría conseguir de igual manera que las naciones a su alrededor, y buscaban ser como ellos (1 S. 8). Cuando se dan cuenta de su error, ya se había ungido al rey Saúl. Claman a Samuel por la misericordia de Dios, y él les responde así:
“—No teman —los tranquilizó Samuel—, de verdad han hecho mal, pero ahora asegúrense de adorar al Señor con todo el corazón y no le den la espalda. No vuelvan a rendir culto a ídolos despreciables que no pueden ayudarlos o rescatarlos, ¡son completamente inútiles!” (1 S. 12:20-21 NTV).
Buscar el bienestar en un rey humano era buscar algo completamente inútil. Era “vanidad”, como otras traducciones lo expresan. Entonces ¿por qué insistieron tanto? Porque buscaban identidad, ayuda, y rescate. Samuel revela aquí el verdadero deseo detrás de su deseo de tener un rey.
Cuando busco identidad, bienestar, y poder en vanidades inútiles, estoy levantando ídolos en mi corazón. Tomemos un momento para identificar algunas de estas vanidades.
Ídolos de identidad
El deseo de identificarnos con algo o alguien es natural. Dios nos creó para identificarnos con Él. Nos hizo a su imagen para representarlo sobre esta tierra y ejercer dominio sobre ella. La identidad de Adán y Eva les dio su razón de existir en Dios mismo.
El pecado trastornó todo esto porque cambió su relación con Dios. Aunque tú y yo seamos salvos, verdaderos hijos de Dios quienes hemos puesto nuestra confianza exclusiva en Cristo, podemos confundirnos en cuanto a nuestra identidad. ¡“Confusión de identidad” es un problema espiritual de idolatría! Y todos sufrimos de ella.
¿En qué buscamos nuestra identidad? Puede ser en un estado civil, en una etiqueta o reputación, en un logro académico o laboral, en ser cierto tipo de rol social, o en ser conocidos en la iglesia por cierto ministerio. Puede ser en una celebridad, como un actor o cantante.
¿Qué sucede? Llego a pensar que, para estar contenta conmigo misma, o para sentir que tengo algún valor o razón de existir, necesito ser conocida por algo. Mi concepto de quién soy necesita tener algún valor comparado con otros. Muchas veces no es suficiente ser conocida como buena cocinera, por ejemplo, sino que realmente necesito ser conocida como la mejor. No es suficiente que me pidan compartir un estudio bíblico de mujeres, debo ser la única o la más buscada. Estoy atando mi sentido de identidad a mi reputación y aceptación ante otras personas.
Ídolos de placer y comodidad
El deseo de sentirnos bien y estar cómodos es natural. Dios nos creó para experimentar placer y gozo, siendo Él su fuente máxima. No debemos ser masoquistas y desear dolor o incomodidad, como para darnos un castigo propio. Pero este deseo natural que tenemos fácilmente nos lleva a levantar ídolos en nuestro corazón.
Cuando mi deseo de placer o comodidad me lleva a desobedecer a Dios, o me impulsa a dejar de hacer lo que debo hacer, es un ídolo. Nuestra adoración a Dios debe ser tal que estemos dispuestas a sacrificar un placer temporal para experimentar un placer eterno al agradar a Dios.
¿Cuáles deseos de placer y comodidad comúnmente se levantan como ídolos en nuestros corazones? Los deseos sexuales pueden llevar a fornicación, adulterio, y pornografía, entre otras cosas. El dinero es un ídolo frecuentemente mencionado, pero no es tanto el dinero en sí. Las comodidades que ofrece el dinero realmente son los ídolos del corazón. Un deseo desenfrenado de comer lo que me agrada es una indicación de un ídolo en el corazón. Si rechazo la comunidad íntima y transparente en la iglesia, puede ser porque mi corazón evita la incomodidad de abrirme y enfrentar mi pecado. Si batallo para llegar puntualmente a los cultos, puede ser por buscar la comodidad de dormir más. Hay muchos ídolos sutiles de comodidad y placer que están profundamente enterrados en nuestros corazones.
Ídolos de poder
El deseo de ejercer algún dominio sobre personas y circunstancias es natural hasta cierto grado. Dios le otorgó autoridad y dominio a Adán y Eva cuando los creó, y esto implicaba tomar decisiones. El pecado de Adán y Eva, al querer moverse de estar bajo la autoridad de Dios, introdujo una lucha por poder impulsada por el pecado. Ejercer autoridad y control apropiado no es pecado, pero desear controlar a otras personas y circunstancias sí lo es. El deseo de poder y dominio es un área de idolatría grave nuestra vida.
Deseamos controlar a nuestra pareja, al pastor, a nuestros hijos, etc. Deseamos controlar con quién se junta cierta amistad, de qué color se va a pintar la iglesia, con quién habla nuestro cónyuge, qué carrera estudiarán nuestros hijos.
El ídolo de poder puede enmascararse en la búsqueda de dinero, ya que el dinero muchas veces provee poder. Nuestros corazones buscan insaciablemente el control.
Identificando los Ídolos
No terminaríamos de enumerar los posibles ídolos que nuestros corazones pueden tener. Las posibilidades son infinitas, porque cada una tiene una fábrica personalizada de ídolos en su propio corazón. En su excelente libro Ídolos del corazón, Elyse Fitzpatrick comparte dos simples indicadores de ídolos.[1] Me han sido de mucha ayuda en lo personal.
- Si estuviera dispuesta a pecar para obtener lo que deseo, es un ídolo.
- Si peco cuando no obtengo lo que deseo, es un ídolo.
Si deseo cierta posición en el trabajo, y estoy dispuesta a difamar a otra persona para alcanzarla, ese deseo es un ídolo. Si deseo un bebé (un buen deseo), pero mi reacción hacia Dios cuando no me da lo que quiero es pecaminosa, mi deseo de un bebé es un ídolo. Creo que un bebé me hará más feliz que Dios mismo y su perfecta voluntad.
Cualquier acción o actitud pecaminosa, entonces, es una indicación de idolatría. ¡Tenemos mucho que trabajar! ¿Qué podemos hacer?
Derribando los Ídolos de mi Corazón
Como adoradores por naturaleza, la solución yace en corregir la adoración de nuestro corazón. Jesús nos dice lo que Él más quiere de nosotros, y lo que es nuestro camino a la verdadera felicidad y descanso: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón” (Mt. 22:37 NTV). Dios es el único que puede ofrecerme una identidad segura, bienestar genuino, y libertad verdadera.
Si somos hijos de Dios, nuestra condición de idolatría representa un corazón dividido. Tenemos al Espíritu Santo morando en nosotros, y deseamos agradarle, pero el pecado gana tantas veces. Necesitamos un corazón sencillo en el que solo Dios reciba adoración.
Derribar los ídolos de nuestro corazón será nuestra tarea hasta el día que partamos con el Señor. Es parte de la santificación progresiva. El proceso que Dios está llevando a cabo en nuestros corazones es precisamente este de derribar ídolos. Él obra diariamente para dirigir nuestro corazón hacia una adoración plena de Él, que busca y encuentra su satisfacción exclusivamente en Él.
Por esto, Él permite desilusión, tristeza, pruebas, necesidad, traición, y pérdida. Dios está tumbando nuestros ídolos uno por uno. ¡Servimos a un Dios paciente y perseverante! A pesar de nuestras quejas y llanto, Él sigue en toda su misericordia dándonos exactamente lo que necesitamos. Sometámonos a su obra.
Este artículo fue publicado en Aviva Nuestros Corazones.