En el artículo anterior vimos que la Biblia es la historia de cómo Dios, por medio de su Hijo, restaura su dominio sobre una creación rebelde. Dios, el Rey, usa agentes para llevar a cabo su voluntad (reinar) sobre la Tierra. El presente artículo pretende comenzar a exponer cómo es que este reinado se desarrolla en la historia bíblica.

Adán

Dios creó al hombre para señorear. Al igual que los reyes ponían su imagen en los países que habían conquistado al dejar un vasallo a cargo,[1] Dios puso en el hombre su propia imagen. Esta no solamente proveyó al hombre la capacidad de reinar en su lugar, sino que también le recordaba su subordinación al verdadero Rey.

Dios puso al hombre sobre todos los demás seres vivientes (días 5 y 6 de la creación), quienes poblaban las aguas de arriba, las aguas de abajo y la tierra firme (días 2 y 3). Adán era el rey del mundo entero, comisionado a extender el reino de Dios sobre toda la tierra (Gn. 1:26). Por medio del señor (Adán), el reino del Señor (Dios) vendría al mundo. La voluntad del verdadero Rey se haría en la tierra tal como se hace en los cielos (Mt. 6:10). Con el aumento de adoradores, el huerto (santuario) se extendería a nivel global.

Pero un usurpador tentó al hombre a rebelarse contra el mandamiento de Dios y a afiliarse con él. Adán traicionó a Dios y se hizo parte del reino “de las tinieblas” (Col. 1:13). Tanto el rey (Adán) como su reino (la Tierra) cayeron bajo maldición.[2] Aunque el señorío del hombre no se perdió enteramente (Gn. 9:2-3), el hombre, desde la caída, ha necesitado que alguien restaure el reino. En esta época, Dios reinaba mediante el hombre, cuya conciencia debía responder a su Espíritu (Gn. 6:3), pero Adán y sus hijos fracasaron. No cumplieron su comisión, sino que se rebelaron contra la autoridad de Dios.

Noé

En la época de Noé, los hijos de Dios (Gn. 6:1-3, una probable referencia a la familia de Set) también se rebelaron contra el gobierno de Dios. Tal vez los únicos súbditos del reino espiritual fueron Matusalén, Lamec y Noé.[3] Entonces, Dios eliminó el reino opositor de las tinieblas en el diluvio, preservando a la creación, al hombre y al señorío del hombre sobre ella. Como padre de todos los vivientes, Noé quedó como rey del mundo. Recibió la misma comisión que Adán (Gn. 9:1-2, Gn. 9:7), pero también fracasó (Gn. 9:20-29), al igual que sus hijos (Gn. 11:1-9). A pesar de la institución de gobierno humano (Gn. 9:5-6), el hombre no se sometió al verdadero Rey. Noé y sus hijos fracasaron en reinar como representantes de Dios. Su desobediencia al construir la torre de Babel resulta en la formación de las naciones.

Los patriarcas

Entre todas las naciones, Dios llama a un hombre de Ur para ser su nuevo virrey: Abraham. Dios le promete una familia que bendeciría a las familias de la Tierra (Gn. 12:2-3) y que de él saldrían reyes (Gn. 17:6, 16). Las Escrituras presentan a Abraham usando términos reales: anda entre los reyes (Gn. 14); los reyes piden tratados de paz con él (Gn. 21:22-32); y sus “vecinos” reconocen que él es “señor” y “príncipe” entre ellos (Gn. 23:6).

La historia de Isaac, el hijo de Abraham, relata la lucha entre sus hijos, Esaú y Jacob, por la preeminencia—quién reinará sobre quién—. Isaac resume la bendición diciendo: “Sírvante pueblos, Y naciones se inclinen a ti; Sé señor de tus hermanos, Y se inclinen ante ti los hijos de tu madre” (Gn. 27:29). Al final, Jacob (cuyo nombre cambia posteriormente a Israel) reinará.

Dios mismo le confirma a Jacob que es su agente para reinar (Gn. 35:10-11), pero, con doce hijos, la pregunta es: ¿cuál de los doce señoreará sobre los demás? Esta pregunta se contesta en los sueños de José (Gn. 37:5-8), y sus hermanos, por incredulidad, le preguntan: “¿Reinarás tú sobre nosotros, o señorearás sobre nosotros?” (Gn. 37:8). Sus padres tampoco creen que reinará sobre ellos (Gn. 37:9-11). Al final, José sí es exaltado, reinando sobre Egipto y la casa de Faraón (Gn. 41:39-41). Pero, sorprendentemente, cuando Jacob bendice a sus hijos (Gn. 49), no es José quien termina reinando, sino Judá (Gn. 49:9-10).

Al igual que Adán y Noé, los patriarcas no establecieron la voluntad divina sobre la Tierra entera. Sin embargo, Dios reveló que lo haría mediante la nación proveniente de Abraham (Gn. 15:13-16; 46:3). Como todos los agentes previos fracasaron, la sombra de duda se extiende sobre el nuevo agente divino (la nación de Israel) es: ¿cuánta esperanza hay para Israel?

Al final de Génesis, es claro que Israel, y en particular Judá, es el agente del reino de Dios. Un hijo de Abraham (Mt. 1:1) y de Judá (Mt. 1:2-3) es quien reinará sobre todo, extendiendo la voluntad de Dios sobre la Tierra (Mt. 6:10; 28:18-20).


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[1] Un vasallo es un rey o gobernante subordinado al rey conquistador. En la antigüedad, era común quitar al rey conquistado y dejar a uno del linaje real sobre la nación como lo hizo Faraón Neco (2 R. 23:31-35) con Eliaquim/Joacim y Nabucodonosor con Matanías/Sedequías (2 R. 24:12-17).

[2] Para ser muy técnico, Dios no maldijo al hombre en ese momento, sino a la Tierra (su reino). Pero es obvio que el hombre fue afectado por la maldición.

[3] Véase el artículo anterior para una breve explicación de lo que se refiere el concepto “reino espiritual”.