En el artículo anterior, vimos que la Reforma Protestante, que cumple 500 años desde su inicio este 31 de octubre, fue una respuesta bíblica a las doctrinas erróneas de la Iglesia Católica Romana. Notamos que los cinco puntos de la Reforma Protestante fueron los siguientes: solamente la Biblia, solamente Cristo, solamente la gracia, solamente la fe y solamente a Dios la gloria. Además, destacamos la defensa protestante de la Biblia como la única y suficiente regla de fe y práctica  en lo que es esencial para la salvación y la obediencia a Dios. La Biblia es clara aun para un niño instruido a los pies de su abuela y su mamá (2 Ti. 3:14-4:5).

Vimos también que Cristo es el único Salvador y Mediador entre Dios y el hombre, porque Jesús, siendo Dios, se hizo hombre para vencer el pecado de una manera permanente. Por eso, Jesús es el único que puede darnos ayuda para vencer y para reposar en su victoria sobre el pecado.

Los siguientes tres puntos están interconectados de una manera importante: solamente la gracia, solamente la fe y solamente a Dios la gloria.

SOLAMENTE LA GRACIA Y SOLAMENTE LA FE

La Reforma Protestante es algo que debe unir a los cristianos bíblicos de hoy, no dividirlos. Seamos “arminianos” o “calvinistas”, todos podemos gozarnos juntos por estos cinco puntos de la Reforma: solamente la Biblia, solamente Jesús, solamente la gracia, solamente la fe y solamente a Dios la gloria. Los reformadores insistieron en que Dios rescata al hombre de su pecado y de la perdición solo mediante el favor inmerecido de Dios (la gracia). Es solamente por gracia porque este rescate no está basado en ningún mérito humano. La gracia excluye el mérito humano, las buenas obras que resultan en orgullo personal. Sin embargo, aunque la gracia excluye el mérito humano, no excluye la fe de parte del hombre. Más bien, la fe, siendo el opuesto de las obras meritorias, es el medio que Dios ha establecido para regalar su favor inmerecido al hombre. En Romanos 4:16, Pablo insiste: “Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros”. Antes, en este mismo capítulo, Pablo declara: “Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; más al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Ro. 4:2-5).

Según Juan Calvino, en Efesios 2:8-9, Pablo “concluye que nada conectado a la salvación es de nosotros. Si Dios lo hace solo por gracia, y si nosotros no traemos nada sino la fe, que nos quita cualquier mérito [alabanza], se procede que la salvación no viene de nosotros.”[1] Entendemos que la fe es la respuesta del hombre al llamado de Dios por su Espíritu Santo, y que sin el Espíritu Santo convenciendo al hombre de su pecado y su necesidad de Jesús nadie puede ser salvo. Cabe aclarar que esta doctrina no es solo “calvinista”, es también doctrina “arminiana”.[2]

SOLAMENTE A DIOS LA GLORIA

Martín Lutero habló de dos diferentes teologías: la teología de la gloria del hombre y la teología de la cruz de Jesús. Con base en Efesios 2:8-9, afirmaba que la salvación es un regalo completamente de Dios, y que lo único que el hombre puede hacer es recibirlo por fe en Jesús. Esta es la teología de la cruz. Esta teología deja toda la gloria para Dios y quita cualquier gloria del hombre: “para que nadie se gloríe” (Ef. 2:9). Como dice Pablo: “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gá. 6:14).

La teología de la gloria del hombre enseña que hay que esforzarse, habilitado por la gracia de Dios, para ganar méritos suficientes por ritos religiosos y buenas obras para merecer la salvación. Por eso, la iglesia católica habla de una “tesorería de mérito”, en el que incluye los “méritos” de los santos que ganaron más de los necesarios para ganar la salvación. Por eso, oran y confían no solo en Jesús como su mediador ante el Padre (como dice 1 Ti. 2:5), sino también confían en la intercesión de otros seres humanos como María y los santos. Aun los mismos santos, como Teresa de Ávila, fueron inspirados a ser como los grandes mártires y monjes por leer de la gloria que ellos ganaron, tanto ante los hombres, como ante Dios. Este enfoque, argumentaban los reformadores, no es bíblico porque da gloria al hombre por sus buenas obras de mérito, en vez de confiar plenamente en la cruz de Jesús para la salvación, aparte de cualquier mérito humano.

CONCLUSIÓN

Lo que me gustaría que todos entendieran es que la Reforma Protestante es algo que debe unir a los cristianos bíblicos de hoy, no dividirlos. Seamos “arminianos” o “calvinistas”, todos podemos gozarnos juntos por estos cinco puntos de la Reforma: solamente la Biblia, solamente Jesús, solamente la gracia, solamente la fe y solamente a Dios la gloria.


[1] http://biblehub.com/commentaries/calvin/ephesians/2.htm. (Mi traducción).

[2] Calvino argumenta, en contra de los católicos romanos de su día, que el regalo de Efesios 2:8-9 no es la fe, sino la salvación [Convendría leer lo que Calvino dice sobre Efesios 2:8-10 en el mismo link de la nota #1]. Parece que los católicos argumentaban que la fe es el regalo que Dios da al hombre, pero que la salvación no es un regalo, sino es algo que tenemos que ganar por buenas obras habilitadas por la gracia de Dios. El punto de este artículo no es determinar si Calvino acertó o se equivocó en definir el regalo como la salvación y no como la fe. Es sencillamente recordar lo que estamos celebrando este 31 de octubre, fecha en que se cumplen 500 años desde el evento más conocido de la Reforma Protestante: las 95 tesis clavadas en la puerta de la iglesia de Wittemberg. Históricamente, es muy importante leer los escritos de los reformadores para saber lo que ellos creían, y no solamente suponer que ellos interpretaban y discutían los mismos temas que los “reformados” discuten hoy en día. Con esto no quiero decir que los que se llaman reformados están en error. Solo quiero recalcar que debemos estudiar lo que los reformadores mismos enseñaban, ya que se supone que los estamos celebrando este año.